Su aspecto destila serenidad y su timbre de voz aporta la dosis precisa de seriedad y calidez que siempre requiere el cliente cuando acude a su establecimiento en busca de un producto o a la hora de formularle una consulta. Más de veinte años de desempeño en el oficio le han aportado las tablas suficientes para poder gestionar las labores de trato al público con la solvencia de quien sabe adaptarse a la variedad de circunstancias cotidianas que se dan cita en su negocio, mostrando en cada caso idéntico grado de aplomo y naturalidad. Ha sido la combinación de esos dos elementos, junto con la tenacidad propia de quien se marca un objetivo definido, lo que le ha permitido llevar a cabo dos grandes logros en su vida profesional: ser la primera mujer victoriera licenciada en farmacia y abrir su propio establecimiento conocido como “Farmacia cuatro caminos” en el municipio de Santa Úrsula.
Su historia arranca en el año 1958 en Venezuela, lugar al que habían emigrado sus padres Cesáreo y Nélida en busca de un futuro mejor, como otros tantos victorieros que décadas atrás huyeron de las penurias que sumían al municipio y mermaban las opciones de vida de sus habitantes. El ansiado sueño de sus padres se vio cumplido cuando la familia de los Machado les contrató en su elitista colegio privado de Caracas para efectuar las tareas de mantenimiento en el caso del padre y en cuanto a la madre para la vigilancia del recreo, reparto de las meriendas y elaboración del almuerzo destinado a algunos miembros del personal docente. Nelly considera que aquella “fue la infancia más hermosa del mundo”. Disponían de vivienda dentro del colegio, cuyas espléndidas instalaciones disfrutaba sin límite los fines de semana, momento en el que sus primos y tíos maternos, que también emigraron a Caracas, se reunían con ellos y realizaban tenderetes con comida canaria dentro de las instalaciones del gimnasio. Pero la estancia venezolana tenía fecha de caducidad dado que sus padres jamás barajaron aquel país como lugar de residencia definitiva. “Regresaron en el 66 cuando consideraron que era un tiempo prudencial y además la tierra tiraba mucho, mi padre nunca olvidaba La Victoria” confiesa Nelly.
Al retornar a Tenerife sus padres optaron por residir en Santa Cruz, debido a que aquel era un ambiente más apropiado para la educación de sus hijos. No obstante, cada fin de semana regresaban al pueblo para trabajar el terreno familiar y reencontrarse con sus familiares: “los de San Juan eran de mi padre y los del Tagoro de mi madre. Yo venía a correr, saltar, disfrutar con mis primos. Aquí aprendí lo que significaba coger una lechuga fresca, un tomate, de dónde venían los huevos” recuerda con nostalgia. Esas visitas suponían una liberación después de permanecer toda la semana estudiando en un colegio privado regido por monjas que imponían una estricta disciplina y, a pesar de que Nelly resultaba una alumna aplicada, la simple presencia de aquellas religiosas le provocaba temor.
Pero durante aquellos años la influencia de sus compañeras de estudios, “las chicas del grupo C” con su carácter ambicioso y decidido a convertirse en mujeres independientes, sumado al tenaz empeño de la familia en brindar a sus jóvenes descendientes carreras universitarias con las cuales alcanzar notoriedad, estimuló en ella el propósito de marcarse metas elevadas. “Mis tíos, los hermanos de madre tuvieron mucha penuria y trabajaron con ahínco, emigraron y todos afirmaban que la siguiente generación debía acudir a la universidad y mi madre que era una mujer muy moderna me decía: – es triste que tengas un problema y no puedas salir adelante por ti misma porque debas depender de otra persona-”.
La opción de cursar tal carrera había quedado anidada en su memoria desde el instante en que siendo pequeña realizó el dibujo de una farmacia como representación simbólica del oficio que desempeñaría en el futuro. Y aunque al finalizar el Bachillerato, y a instancias de un tío suyo, sopesó la idea de estudiar enfermería, la desechó debido a su aprensión a la sangre y a la oportuna intervención de su madre quien, resuelta como siempre le preguntó: “¿pero a ti no te gustaba farmacia? ¡Haz una carrera como es debido!”.
Así comenzaron los años universitarios donde experimentó al mismo tiempo la singular liberación de no hallarse sujeta a un ambiente de disciplina ni horarios estrictos, junto con el espíritu de efervescencia ideológica que impregnaba las aulas universitarias en aquellos años de transición democrática. “Mi facultad estaba en la esquina con la librería Lemus y allí se refugiaban los manifestantes, así que la policía se metía dentro del edificio y las cargas eran brutales. Eran años de escuchar el rumor de hoy se va a hacer tal cosa y sabiendo que había peligro era mejor no acercarse a la Laguna.” No obstante, la agitación de aquellos años no menguó el objetivo de cursar unos estudios que en aquella época eran tildados como “apropiados para una mujer”, salvo en ambientes rurales como La Victoria donde causaba extrañeza y asombro a partes iguales que una mujer aspirase a tal oficio.
Mientras superaba asignaturas de Física y Química, y a un año de terminar la carrera, contrajo matrimonio con un victoriero para disgusto de sus padres que le advirtieron del peligro de echar por la borda los años de estudio, pero no se dio el caso. Obtuvo la licenciatura en 1983, en medio de una de las crisis económicas más complejas de España que frustró el futuro profesional de muchos ciudadanos.
La ausencia de perspectivas laborales sólidas y el sabio asesoramiento de una farmacéutica con la que trabajó durante tres años le hicieron reflexionar sobre la posibilidad de solicitar su propia farmacia, lo cual significaba embarcarse en un prolongado proceso jurídico plagado de recursos interpuestos por las farmacias colindantes para torpedear una nueva apertura, pero que finalmente superó alentada por el constante respaldo familiar. Así, a los cinco años de realizar la solicitud, en 1994 le fue concedida la licencia sin opción a ser rebatida y abrió sus puertas en su primer emplazamiento, un viejo inmueble en “Los cuatro caminos”, de ahí el nombre escogido. Allí permaneció hasta el fallecimiento de su propietaria, momento en el que se trasladó a la actual localización en el número 124 de la Carretera España.
La inauguración de su farmacia supuso un enorme desafío personal y profesional que requería ser abordado con una lúcida visión empresarial dada la considerable inversión económica necesaria para su puesta en funcionamiento y así se sucedieron años en los que: “vivía para trabajar y trabajaba para pagar deudas y gracias al trabajo de mi marido podíamos sobrevivir”. Aquellos fueron años de un ritmo frenético, con jornadas de 14 horas que incluían los fines de semana, y en los que multiplicó esfuerzos para aprender los necesarios mecanismos de gestión farmacéutica, ganarse la confianza de la clientela e intentar conciliar trabajo y vida familiar.
Dotada con la mejor actitud recibía a los escasos clientes que se aproximaban a su negocio, quienes: “compraban lo que se les olvidaba o lo que no encontraban en otra farmacia, pero había que sonreír».Hubo quienes incluso le auguraban poca continuidad: “me hablaban de una farmacia en el Lomo Hilo en la que el farmacéutico no vendía nada y se fue y yo pensaba ¡menudos ánimos me dan!”. Costó lo suyo ganarse la confianza de un público que no veía en ella a una titulada en farmacia sino a una mujer joven, quien a lo sumo podría ser una auxiliar. Pero la constancia y las buenas prácticas le permitieron granjearse el favor de un creciente número de clientes que veían en su farmacia el recurso más favorable para solventar aquellas cuestiones que no eran resueltas en las consultas médicas. “A veces los médicos son serios y los pacientes piensan que su pregunta es una chorrada y les da vergüenza, pero yo no voy a mostrarme agresiva con ellos, sobre todo cuando hay problemas íntimos de salud o cuando es preciso hacer de psicóloga o de asesora, tratando a las personas con mucha sensibilidad y todo cuanto se dice aquí, queda aquí”.
Este buen hacer posibilitó que muchos terminaran por referirse a su farmacia como “cas Nelly”, un espacio que ha ido actualizándose con el paso de los años tanto en la variedad de servicios y artículos ofrecidos, como en los procedimientos digitales de gestión administrativa empleados y en la propia concepción del espacio, más abierto y con la posibilidad de interactuar con los productos expuestos.
Ahora, arropada por una sólida plantilla de titulados en farmacia en la que se encuentra su hijo Eleazar, ha optado por cederles el grueso de las labores de atención al público “a pesar de que me gusta mucho”, para centrarse en la administración y atención a los delegados. Han sido esos años al pie del mostrador en contacto directo con los clientes los que han propiciado que atesore: “mucha satisfacción, mucho cariño de la gente, de viejecitas y de gente agradecida que acuden a dar las gracias después del fallecimiento de alguien por cómo le ayudé, por haber adelantado algún medicamento necesario, o por explicar cómo hacer la petición de tal medicamento”.
Historias como la de Nelly refrendan la importancia del papel de la educación como herramienta para la transformación de las mentalidades y la inclusión de las mujeres en ámbitos que de manera tradicional estaban reservados a los hombres. “Hay que educar por igual a hijos que a hijas”, defiende con convicción al tiempo que ansía que algún día esa igualdad también implique una equiparación salarial tal y como disfruta ella y todo el colectivo de profesionales de la farmacia. El suyo es un ámbito en el que el 71% de los profesionales que ejercen en farmacia comunitaria son mujeres, una cifra alentadora para una profesión con altas dosis de exigencia académica y entrega personal que Nelly ha sabido solventar aportando desde el inicio su inconfundible sello personal.